Más aún, cuando un hombre concibe alguna cosa corpórea en la imaginación, esa cosa recibe una existencia real según su especie en el espíritu imaginario. Por consiguiente, el mismo espíritu emite rayos que mueven las cosas externas a semejanza de la cosa que imagina. Así pues, la imagen concebida en la mente corresponde en especie con la cosa existente como un ejemplo de la imagen, producida a través de un trabajo de la voluntad o de la naturaleza o de ambas. Por esta razón no debería existir el deseo si una constelación, que produce una imagen en la mente de un hombre, produce lo mismo en otro sujeto, ya que lo segundo no difiere de lo primero excepto en relación a la materia. Vemos a un tiempo como si hubiera innumerables animales de ciertas especies producidos en el mundo por una constelación formadora de esas especies. Esto es así porque la mayoría de la materia es adecuada para la recepción de esa imagen a través de la misma constelación, y como decimos físicamente, a través de las acciones y las pasiones de esas partes elementales imitan las constelaciones.
